martes, 30 de agosto de 2011

El valor de la humillación.

  Los últimos días han sido llenos de incomodidad anímica; me he sentido humillada.
 
  ¿Por qué la humillación es tan molesta? Pues, en lo elemental, el ser humano es soberbio, vanidoso, egoísta. La constante tácita de esos tres adjetivos: el YO;  todo tiene que funcionar, girar, disponerse, comprenderse en mi favor, ¡ah! y sin dolores, ni privaciones, ni negaciones.
   No escapo a esta realidad humana y por mucho que me esfuerce por ir en pos de la Voluntad de Dios Padre, mi YO, mal aconsejado por el demonio, siempre busca ser un dios en sí mismo.

   En días pasados mi experiencia de vida en Dios, ha sido escrutada. Luego del examen, mi alma quedó inquieta, magullada parcialmente, y con un mal sabor de boca. 
  Me expuse con sincero corazón y la respuesta de algunos me resultó en juicio malicioso.

  De vuelta a casa, la incomodidad en mí comenzó a tomar fuerza, se tradujo en tristeza, desánimo, y búsqueda de la Verdad.

   Tras preguntar, orar, interpelarme, descubro con gozo la riqueza de haber sido humillada. 
   Desde hace algún tiempo vengo cuestionándome con respecto a mis flaquezas, mis pecados, mis faltas y había entrado en una zona de confort conmigo misma.  
   Entonces entra la acción purificadora de Dios Padre a través de estas personas de quienes percibí hostilidad y prejuicio.  No hubo tal.  De hecho, el que haya calificado dichas opiniones como peyorativas para conmigo, expresan la soberbia, la vanidad que aún habitan en mí.
  
  Si voy por la vida esperando que la gente sea amable conmigo, nada más por mis buenas intenciones, porque lo que hago, lo hago, según yo, con la mirada puesta en Dios Padre, estoy mal.  Olvido que Cristo, siendo el Hijo de Dios, fue acusado de actuar con el poder de satanás,  nada más leer los evangelios de Mateo 12, 22-24; Marcos 3, 22 y Lucas 11, 14-16, para recordarlo y abajarme. ¿Quién soy yo para esperar se me juzgue con benevolencia, nada más porque digo dar fe de mi proceder?

  El valor de la humillación que viví, es mayor;  es regalo de Dios Padre quien en su grande amor por mí, me quiere humilde, humilde hasta las últimas consecuencias; quiere que mi confianza sólo descanse en Él,  que la opinión que me valga siempre sea sólo la de ÉL y que nunca olvide que al único que hay que debo contento es a ÉL.   Que continúe abandonándome a su Voluntad, que ore más, que le pida Espíritu Santo con más ahínco y perseverancia, para que la obra sea Suya y el día que ÉL se manifieste por medio de mí, del cacharro que soy en sus manos, exprese la grandeza de su poder y misericordia.

 Bendiciones y un fuerte abrazo.





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